martes, 24 de marzo de 2009

CUENTOS CORTOS

Diferencias

Era una mañana soleada cuando el dueño de la casa que queda en la orilla del mar se monto en su barcaza para meditar. El color bronceado de su piel se confundía con los rayos de sol naranja que iluminaban la mañana, y sus ya aparecidas canas se confundían con las nubes que se podían divisar en el horizonte. Más allá, se encontraba otra barcaza, pero esta, tripulada por un hombre de color tostado tirando de una red, pero no de esas redes que sacan peces, sino de aquellas que también sacan tesoros de las profundidades del océano. El uno le hace seña al otro, y el otro responde con un ademán, sin decir palabras, ambos en la inmensidad del mar, ambos en una barcaza, uno con la red de sus pensamientos y el otro con la red que por lo menos ese día le daría para comer. Es así como viven los hombres, en el mismo mundo, en el mismo espacio, unos más afortunados que otros, sin saber en verdad que es la fortuna, pero viven con el atrevimiento de afirmar que todos somos iguales.


Breve Explicación

La pareja de foráneos estaba sentada bajo una palmera de aquella playa majestuosa, contemplaban los primeros colores del imponente atardecer, se susurraban al oído tal como lo hacen los enamorados. De repente se dejaron de escuchar por el grito ensordecedor que daba el hombre que vendía los cocos. La pareja le pregunto al hombre que porque gritaba tanto, le dijeron que la playa estaba casi sola que si podida bajar la voz. Aquel vendedor de cocos soltó una carcajada y muy alegremente les dijo que les iba a dar una explicación, “¡oye! Ustedes cuando han visto a un isleño hablando bajito ¿ah?, ¿no ven que si no hablamos alto las palabras se las llevan las olas del mar? Si no hablamos alto no nos escucharíamos, ¿no ven que se escuchan más las olas y el sonido de las palmeras meciéndose con el viento?”
¡Si no grito no vendo muchachos! cocooooo, cocooooo fríoooooo.


El duende

Me encontré con Zeger llorando en el valle de margaritas, la tome entre mis brazos y le pregunte porque lloraba, me dijo que la tristeza la agobiaba, estaba triste porque los seres que llamamos humanos ya no creían en la imaginación, no creían en la fantasía, no creían en las en las hadas y no creían en los duendes...la tomé de la mano y nos devolvimos juntos al mundo de los sueños.
NOTA: cuento publicado en la Revista Nova et Vetera de la Universidad del Rosario.

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